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ISSN 1989-4163

NUMERO 39 - ENERO 2013

Cerillas Mojadas

Joaquín Lloréns

Autor: Jesús Zomeño. Editorial: Calabria d narrativa. 2012. 158 páginas. 16,50€.

Premio Alhóndiga de narrativa breve. XX Premios Otoño Villa de Chiva

Emilio Salgari nunca estuvo fuera de Europa y, sin embargo, varias generaciones de lectores conocieron gracias a él la geografía de Malasia, las Antillas, las Bermudas, y los caracteres de sus habitantes. Jesús Zomeño (Albacete, 1964) es evidente que no participó en la primera guerra mundial, pero, al igual que sucede con Salgari, sus lectores sienten al leer los relatos de “Cerillas mojadas” que su autor podría perfectamente haber estado allí, refugiado en las trincheras, paseando por aquella devastada Europa de comienzos del siglo diecinueve y que sus recuerdos de la vida cotidiana de aquellos años fueron vividos en primera persona, lo que dice mucho a favor de “Cerillas mojadas”.

Los 25 relatos cortos –más el introductorio y el epílogo- que forman “Cerillas mojadas” están todos ubicados temporalmente en la primera gran guerra y, en especial, en las trincheras. No se trata de relatos épicos sobre las grandes batallas que tuvieron lugar: para eso ya está la historiografía oficial que escriben siempre los vencedores. Las historias de Zomeño se centran en personajes anónimos que sufrieron en su carne aquella terrorífica locura. Por ellos desfilan alemanes –“Mi padre, un simple carpintero que contaba tres veces las patas de cada silla para no equivocarse, no comprendía algo tan complejo”-, belgas –“Bélgica es como el pobre Caracestos. A nosotros, de pronto, la ocupación alemana nos mudó el cuerpo y nos metió en este otro cuerpo cirrótico”-, americanos –“Insistieron tanto los americanos en ver la tumba del borracho, para recrearse en la historia de los pechos duros de Marie ante el cadáver, que les he traído”-, portugueses –“Se dice que desde este café de Lisboa se ven las tierras portuguesas de ultramar”-, austríacos –“… somos un país guerrero y que con austeridad y carácter no hay frontera que limite a un austríaco”-, franceses –“Nací en Marsella. Allí te haces puta o anarquista, y yo no tengo tetas para ser puta”-, ingleses –“Desde mis habitaciones en Oxford veíamos las regatas” -, españoles, etcétera. Pero ninguno es un vencedor. Todos son perdedores. Zomeño retrata la alienación de los soldados rasos que no entienden el sentido de aquella guerra, agazapados durante meses en trincheras bajo la lluvia, con la ropa que apenas los cubre, sin ganas ni fuerzas para hablar con los demás, pensando en soledad para evadir su mente y no volverse locos. Y también de las mujeres que se relacionaban con ellos.

No son historias alegres. Son tristes y amargas en su mayoría, como debieron ser las experiencias que allí se sufrieron en la realidad, aunque en algunas, como en la 19 hay un poso irónico y de humor negro acidulado. Zomeño recorre muchos de los escenarios de aquel tiempo, los burdeles, como en el 13, que comienza con una frase que resume la mundana filosofía de muchos hombres: “¿Existe vida después del sexo?”, los hospitales, las alambradas, las ciudades, del campo…

Algunas están basadas en hechos reales que el autor ha conocido a través de terceros como confiesa al final del libro. Las más, surgen directamente de su imaginación. Pero todas tienen en común la empatía de Zomeño con aquellos pobres diablos que, arrancados de sus vidas cotidianas y sencillas, conocieron un infierno que jamás antes se había producido, ya que supuso la primera guerra industrializada en la que se masificó la muerte de los soldados. Y también son retrato de las mujeres que, en la retaguardia, sufrían las devastadoras consecuencias morales de aquel infierno en vida.

Y en cada relato encontrareis diversas perlas del pensamiento del autor, que resumen en unas pocas palabras una personalidad completa que justifica cada uno de ellos, como al final del relato 11: “Creo que la Paz, después de todo, no consiste en cumplir tus sueños sino en seguir trabajando en ellos…”. O en el comienzo del 12: “Tampoco estoy seguro de que haya una transparencia entre el aspecto de un cadáver y el carácter o los méritos de una persona”.  O en el relato 25: “Comprendí que al no tener nada que hacer, simulaba hacer muchas cosas y para ese juego tenía que dividir el día en pequeños acontecimientos y después seguir a rajatabla la planificación. Estar ocupada la hacía sentir feliz”. O en el 17: “No me gusta su compañía porque él no se toma a las mujeres en serio y alguien que no domina las pequeñas estrategias no puede ser un buen compañero en la guerra, donde lo que te juegas es la vida”.

“Cerillas mojadas” es un magnífico crisol de circunstancias de aquella guerra que cambió el mundo y a los hombres y una buena lectura para quien quiera conocer algo más de porqué el mundo es como es.
Y para los que tras leerlas, como yo, os quedéis con ganas de más, o para los que queráis haceros una idea más exacta de la naturaleza de los relatos de Zomeño, acudid a la hemeroteca de Agitadoras, donde tenéis a vuestra disposición otras magníficas historias que podrían perfectamente haber formado parte de la magnífica “Cerillas mojadas”.
 

Cerillas mojadas

Portada e imágenes interiores del libro: Enrique Flores

 

 

 

 

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